sábado, 3 de octubre de 2015

Disfraz



Cuando sale de casa  son las diez de la mañana. En realidad son las doce. Se despide de sus gatos. Al fin adulto aldeano, estornuda y escupe al piso al cerrar la puerta. Piensa en papá y la fiesta de cumpleaños que nunca festejó. Todos siguen muertos. Mamá los quiso resucitar llenando los cuadernos de fotografías pero ni ella pudo librar ese sueño intranquilo de tan eterno. Nadie responde, por eso su adolorida vida y a su mañana se le hace tarde. En su momento el reloj marcaba bien las horas. Todos duermen para siempre por eso nunca quiso cambiar la hora. Camina al lomo de sus pensamientos hasta la tienda donde vende ropa para carnavales y para fiestas infantiles. Él, calla como animal fatigado, cabecea, dormita y sabe que pronto podrá volver a reunirse con sus gatos. Su mentón es ancho y su mirada tiene ese cuerpo entero de frente amplia. Sus semanas se visten con el mismo pantalón y recuerda a sus hermanos. Entonces le gusta la vida y comienza a rellanar en el cuaderno de cuentas los nombres que tuvieron. Por eso sus gatos se llaman: Sebastián, Luis y Marcos. Por no llorar se toma tres tarros de té con galletitas de limón. Repite los nombres y su ansia le baja a la barriga. Por fortuna el negocio va bien, muy bien.  A  la gente le gustan los disfraces. Sí, les gustan mucho.